Este es el título de uno de los nueve artículos de las historias de las escuelas de los pueblos del Bajo Martín.
Foto de la portada |
El proximo 1 de marzo se presenta esta revista en Híjar a las 18:30 horas en la Sala de Arte Contemporáneo del CEBM (Híjar)
Como cuento en el inicio de este artículo que resume en treinta páginas como fueron la escuela y sus escolares a lo largo del siglo pasado en Castelnou, ha sido "un agradable ejercicio de memoria personal y colectiva", que no deja de traerme cada día más sorpresas.
Digo colectiva, ya que la emociones que se sienten al hacer entrevistas, al igual que al descubrir algún documento que me aportaba información sobre la Escuela en Castelnou, son y han sido muy satisfactorias.
La última de ellas ha sido recibir un correo de Jesús Callén López (maestro de Castelnou en los años 1986-88) al que hace pocos días localizaba para invitarle a asistir a la presentación de este texto.
"Jesús" o "el maestro", como lo llamábamos cuando yo cursaba 8º de EGB en Castelnou, me manda una carta y unas fotos donde describe a las mil maravillas sus recuerdos sobre su estancia en el Castelnou de aquellos años. Las fotos ya forman parte del álbum que de las escuelas de Castelnou en sus diferentes años:
>> Entra en este álbum "Castelnou en la escuela"
A continuación podéis leer esta carta que Jesús Callén nos dirige especialmente a sus alumnos:
RECUERDOS DE CASTELNOU
La llamada de hoy de José Ángel me ha hecho buscar en los
armarios de la memoria y del corazón recuerdos de aquellos 2 años maravillosos
que pasé en Castelnou, cuando todavía no era tan conocido como hoy por las
iniciativas de todos sabidas para salvar a los pueblos pequeños, y a este en
concreto, de la despoblación.
Recuerdos que, aunque ya algo polvorientos por el paso del
tiempo, van surgiendo poco a poco en cuanto me concentro en aquel grupo de
chicos y chicas, con quienes tanto compartí y aprendí.
Era septiembre del año 1986 cuando, por obra del Concurso
General de Traslados, debo incorporarme a mi primer destino definitivo como
maestro: Un pequeño pueblo en la provincia de Teruel, desconocido para mí,
llamado Castelnou al que primero debo localizar en el mapa y luego para ir
tomando contacto me acerco dos veces durante el verano para ir buscando
alojamiento en el mismo y ver la escuela, etc
Recuerdo la escuela de Castelnou como “la escuela rural en
estado puro”. Era una escuela unitaria desde infantil hasta octavo, trece
chicos y chicas, de distintas edades, repartidos por casi todos los niveles.
La escuela se encontraba en lo alto del pueblo, apartada del núcleo urbano y al lado del
cementerio. Se habían reparado y habilitado dos locales, pues la escuela,
cerrada durante años, se acababa de recuperar otra vez para el pueblo, debido a
la vuelta al mismo de varias familias con niños que años atrás se habían
desplazado a Cataluña en busca de mejor fortuna.
Desfilan por mi mente las caras de los trece: Bea, Arsenio y
José Ángel, los mayores; luego Natalia, Silvia, Cristina, Sonia y Javi, Begoña
y Ricardo, José Ramón y por último Pati y Quique que eran los más pequeños. Al año siguiente, saldrían los
tres mayores y se incorporaría al colegio Maxi en infantil.
Recuerdo la sensación de los primeros días de “no llegar” a
todos, pero es que realmente era cuestión de organización y de un planteamiento
diferente en el que la escuela la hacíamos entre todos, donde los mayores
ayudaban a otros más pequeños, era como reza el actual slogan de la Escuela
Pública: La “escuela de todos para todos”. Aún así, recuerdo a veces la
coexistencia de situaciones tan dispares como desabrocharle al peque, de manera
urgente, el botón del pantalón para ir
al servicio cuando estábamos enfrascados con el trío mayor en las ecuaciones de
2º grado, pero todo era importante y a todo le íbamos dando salida.
En lo alto del pueblo, la escuela debía hacer frente al duro
invierno turolense y lo hacíamos con una estufa de casco de oliva, que una vez
encendida, que no era fácil hasta que le cogimos el tranquillo, calentaba
suficientemente el recinto en el que nos encontrábamos.
El patio, tapiado y pequeño, fue escenario de muchos
partidos de fútbol, a pesar a veces del tremendo azote del cierzo. Cuando
llovía, nos metíamos en el local (“multiusos”) anexo a la escuela, donde igual
había una cancha de voleybol como hacíamos nuestra actividades de manuales,
como amasar escayola para llenar los moldes que luego pintábamos, etc
Sobre todo, cuando repaso mi paso por Castelnou, el recuerdo
que se impone a los demás era el de tratar de ser autosuficientes, y me
explico: Por un lado, estaba yo solo para dar todo, no había especialistas de
idioma o de Educación Física, con lo cual nadie pasaba por aquella unitaria
perdida en aquel alto del pueblo. Por otro lado, de cara a conseguir
materiales, debía acudir al “Subcentro de Recursos” de Vinaceite, pueblo
situado a unos 50 Km del nuestro, con lo cual no invitaba a aventurarse por
aquellas carreteras, una vez terminada la jornada escolar, y menos cuando la
niebla se apoderaba de aquellas tierras, por la cercanía del río Ebro.
Por eso, tuve claro desde el principio que teníamos que
intentar tener de todo en el propio pueblo y las carencias suplirlas con otros
recursos que inventábamos o incorporábamos. Así, a pesar de la sequedad del
patio del colegio, no nos faltó nuestro huerto escolar, ni el jardín rodeando
la escuela e incluso, cooperábamos con el municipio limpiando todos los pinos del
cabezo (término geográfico que aprendí aquí) de la escuela de la tan extendida
y temida procesionaria, faena que nos llevó muchos recreos de otras tantas
jornadas, pero que hacíamos a gusto, porque fue una iniciativa nuestra.
Esta autosuficiencia también se trasladó a mi vida personal,
pues debía buscarme leña para pasar el invierno, y así lo hice de los restos de
los marcos de las ventanas del viejo local que se convirtió en escuela el
primer año y de la chopera del pueblo que se taló el segundo año y aproveché
las ramas que desechaban.
Fueron 2 años pródigos en vivencias y anécdotas múltiples,
pues como yo vivía solo en el pueblo, nuestra jornada se extendía más allá del
horario escolar establecido, pasábamos muchas horas juntos y estos chicos y
chicas eran como mi 2ª familia. De hecho, recuerdo con enorme gratitud, en una
ocasión que una rama de un pino del patio me golpeó en el ojo y debía llevarlo
tapado y ponerme una pomada, cómo se organizaron los más mayores y me ponían
ellos la pomada e incluso venían a casa a ponerme la de la tarde.
El día a día era casi una sucesión de anécdotas, como el
encendido de la estufa en invierno o aquella vez que me acerqué demasiado
buscando su calor y me traspasó toda la ropa hasta llegar a la carne, el día
que entró una culebra de considerable tamaño en la escuela buscando el fresco
del cuarto de baño y bajasteis a buscarme para sacarla, el “interés” de Ricardo
por las matemáticas, siempre que fueran problemas de ovejas y pastores, etc,
etc
Lo cierto es que recuerdo estos dos años como muy
especiales, por aquello de que fue una escuela muy “con lo justo”, pero muy
querida y que nos enriqueció mucho a todos, chicos y maestro. Cuando me acuerdo
de Castelnou, tengo la sensación de gratitud, de un pueblo sencillo pero muy rico
en sentimientos y que se volcaba por su escuela. Además, y esto es culpa del
paso del tiempo, quizás también ayude el hecho de que entonces todavía no
peinaba canas ni nadie me preguntaba: “¿Cuánto te falta para jubilarte…?.
Entonces, ni siquiera pensaba en que existía esa “señora”.
Desde lo más profundo de mi corazón, un abrazo emocionado y
muy fuerte para todos mis chicos y chicas, con quienes tanto aprendí, y a sus
familias.
Jesús Callén López, maestro de Castelnou en los cursos 86/87
y 87/88.
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