lunes, 24 de febrero de 2014

Historia de la Escuela de Castelnou

"LA ESCUELA DE CASTELNOU EN EL SIGLO XX"

Este es el título de uno de los nueve artículos de las historias de las escuelas de los pueblos del Bajo Martín.


Foto de la portada
Este año desde RUJIAR se ha hecho un monográfico dedicado a la educación en nuestra comarca. Rujiar, a parte de mojar con agua las calles, es una revista anual que edita el Centro de Estudios del Bajo Martín.

El proximo 1 de marzo se presenta esta revista en Híjar a las 18:30 horas en la Sala de Arte Contemporáneo del CEBM (Híjar)

Como cuento en el inicio de este artículo que resume en treinta páginas como fueron la escuela y sus escolares a lo largo del siglo pasado en Castelnou, ha sido "un agradable ejercicio de memoria personal y colectiva", que no deja de traerme cada día más sorpresas.
Digo colectiva, ya que la emociones que se sienten al hacer entrevistas, al igual que al descubrir algún documento que me aportaba información sobre la Escuela en Castelnou, son y han sido muy satisfactorias.
La última de ellas ha sido recibir un correo de Jesús Callén López (maestro de Castelnou en los años 1986-88) al que hace pocos días localizaba para invitarle a asistir a la presentación de este texto.
"Jesús" o "el maestro", como lo llamábamos  cuando yo cursaba 8º de EGB en Castelnou, me manda una carta y unas fotos donde describe a las mil maravillas sus recuerdos sobre su estancia en el Castelnou de aquellos años. Las fotos ya forman parte del álbum que de las escuelas de Castelnou en sus diferentes años:

>> Entra en este álbum "Castelnou en la escuela"

A continuación podéis leer esta carta que Jesús Callén nos dirige especialmente a sus alumnos:

RECUERDOS DE CASTELNOU

La llamada de hoy de José Ángel me ha hecho buscar en los armarios de la memoria y del corazón recuerdos de aquellos 2 años maravillosos que pasé en Castelnou, cuando todavía no era tan conocido como hoy por las iniciativas de todos sabidas para salvar a los pueblos pequeños, y a este en concreto, de la despoblación.
Recuerdos que, aunque ya algo polvorientos por el paso del tiempo, van surgiendo poco a poco en cuanto me concentro en aquel grupo de chicos y chicas, con quienes tanto compartí y aprendí.
Era septiembre del año 1986 cuando, por obra del Concurso General de Traslados, debo incorporarme a mi primer destino definitivo como maestro: Un pequeño pueblo en la provincia de Teruel, desconocido para mí, llamado Castelnou al que primero debo localizar en el mapa y luego para ir tomando contacto me acerco dos veces durante el verano para ir buscando alojamiento en el mismo y ver la escuela, etc
Recuerdo la escuela de Castelnou como “la escuela rural en estado puro”. Era una escuela unitaria desde infantil hasta octavo, trece chicos y chicas, de distintas edades, repartidos por casi todos los niveles.
La escuela se encontraba en lo alto del pueblo,  apartada del núcleo urbano y al lado del cementerio. Se habían reparado y habilitado dos locales, pues la escuela, cerrada durante años, se acababa de recuperar otra vez para el pueblo, debido a la vuelta al mismo de varias familias con niños que años atrás se habían desplazado a Cataluña en busca de mejor fortuna.
Desfilan por mi mente las caras de los trece: Bea, Arsenio y José Ángel, los mayores; luego Natalia, Silvia, Cristina, Sonia y Javi, Begoña y Ricardo, José Ramón y por último Pati y Quique que eran los  más pequeños. Al año siguiente, saldrían los tres mayores y se incorporaría al colegio Maxi en infantil.
Recuerdo la sensación de los primeros días de “no llegar” a todos, pero es que realmente era cuestión de organización y de un planteamiento diferente en el que la escuela la hacíamos entre todos, donde los mayores ayudaban a otros más pequeños, era como reza el actual slogan de la Escuela Pública: La “escuela de todos para todos”. Aún así, recuerdo a veces la coexistencia de situaciones tan dispares como desabrocharle al peque, de manera urgente,  el botón del pantalón para ir al servicio cuando estábamos enfrascados con el trío mayor en las ecuaciones de 2º grado, pero todo era importante y a todo le íbamos dando salida.
En lo alto del pueblo, la escuela debía hacer frente al duro invierno turolense y lo hacíamos con una estufa de casco de oliva, que una vez encendida, que no era fácil hasta que le cogimos el tranquillo, calentaba suficientemente el recinto en el que nos encontrábamos.  
El patio, tapiado y pequeño, fue escenario de muchos partidos de fútbol, a pesar a veces del tremendo azote del cierzo. Cuando llovía, nos metíamos en el local (“multiusos”) anexo a la escuela, donde igual había una cancha de voleybol como hacíamos nuestra actividades de manuales, como amasar escayola para llenar los moldes que luego pintábamos, etc
Sobre todo, cuando repaso mi paso por Castelnou, el recuerdo que se impone a los demás era el de tratar de ser autosuficientes, y me explico: Por un lado, estaba yo solo para dar todo, no había especialistas de idioma o de Educación Física, con lo cual nadie pasaba por aquella unitaria perdida en aquel alto del pueblo. Por otro lado, de cara a conseguir materiales, debía acudir al “Subcentro de Recursos” de Vinaceite, pueblo situado a unos 50 Km del nuestro, con lo cual no invitaba a aventurarse por aquellas carreteras, una vez terminada la jornada escolar, y menos cuando la niebla se apoderaba de aquellas tierras, por la cercanía del río Ebro.
Por eso, tuve claro desde el principio que teníamos que intentar tener de todo en el propio pueblo y las carencias suplirlas con otros recursos que inventábamos o incorporábamos. Así, a pesar de la sequedad del patio del colegio, no nos faltó nuestro huerto escolar, ni el jardín rodeando la escuela e incluso, cooperábamos con el municipio limpiando todos los pinos del cabezo (término geográfico que aprendí aquí) de la escuela de la tan extendida y temida procesionaria, faena que nos llevó muchos recreos de otras tantas jornadas, pero que hacíamos a gusto, porque fue una iniciativa nuestra.
Esta autosuficiencia también se trasladó a mi vida personal, pues debía buscarme leña para pasar el invierno, y así lo hice de los restos de los marcos de las ventanas del viejo local que se convirtió en escuela el primer año y de la chopera del pueblo que se taló el segundo año y aproveché las ramas que desechaban.
Fueron 2 años pródigos en vivencias y anécdotas múltiples, pues como yo vivía solo en el pueblo, nuestra jornada se extendía más allá del horario escolar establecido, pasábamos muchas horas juntos y estos chicos y chicas eran como mi 2ª familia. De hecho, recuerdo con enorme gratitud, en una ocasión que una rama de un pino del patio me golpeó en el ojo y debía llevarlo tapado y ponerme una pomada, cómo se organizaron los más mayores y me ponían ellos la pomada e incluso venían a casa a ponerme la de la tarde.
El día a día era casi una sucesión de anécdotas, como el encendido de la estufa en invierno o aquella vez que me acerqué demasiado buscando su calor y me traspasó toda la ropa hasta llegar a la carne, el día que entró una culebra de considerable tamaño en la escuela buscando el fresco del cuarto de baño y bajasteis a buscarme para sacarla, el “interés” de Ricardo por las matemáticas, siempre que fueran problemas de ovejas y pastores, etc, etc
Lo cierto es que recuerdo estos dos años como muy especiales, por aquello de que fue una escuela muy “con lo justo”, pero muy querida y que nos enriqueció mucho a todos, chicos y maestro. Cuando me acuerdo de Castelnou, tengo la sensación de gratitud, de un pueblo sencillo pero muy rico en sentimientos y que se volcaba por su escuela. Además, y esto es culpa del paso del tiempo, quizás también ayude el hecho de que entonces todavía no peinaba canas ni nadie me preguntaba: “¿Cuánto te falta para jubilarte…?. Entonces, ni siquiera pensaba en que existía esa “señora”.
Desde lo más profundo de mi corazón, un abrazo emocionado y muy fuerte para todos mis chicos y chicas, con quienes tanto aprendí, y a sus familias.

Jesús Callén López, maestro de Castelnou en los cursos 86/87 y 87/88.

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